Rastro raso, casto ocaso

Un detello de luz, un alto en el camino.
Un breve lapso de tiempo en el que distingo el reflejo del sol en su pelo.
Un juego de juegos, un conjunto de miradas que todavía me sorprenden.
El roce de sus manos, las caricias de su piel, el aliento de su cuerpo, los latidos de su esencia.
Traspaso el techo de mi cuarto intentando llegar, alcanzo la perdición mientras me muero tentando el cielo. No voy a llegar nunca, mi impaciencia me destroza por dentro, me corroe el alma.
Se me escapa, la noto en la punta de los dedos mientras todavía puedo olerla. Acaricio el final de sus manos, intentando atrapar los últimos instantes.
Alcanzo a ver el último rayo de sol, el último momento de este día, el comienzo del final de lo nuestro, el final de los comienzos a medias.
Tocando las sábanas, miro al techo de nuevo. Lejano, cada vez más, inalcanzable a todo lo que no sea mi vista.
Me complace imaginarme entre sus piernas otra vez, a la orilla del río que me embelesa con su cauce.
Antes de que la tormenta amaine, justo en el momento en que no echas de menos el equipaje, ese es el sitio en el que siempre me encontrarás. Donde te esperaré hasta que decidas regresar.
Me falta el aliento, te ando buscando y, como siempre, intentando llegar el primero me quedo el último.