Triste gota

Nunca a su alrededor había notado cosa alguna, se limitaba a existir sin la consciencia de la que ahora no sabía desprenderse.

No recordaba como ni cuando había empezado a “sentir”. Ahora simplemente lo hacía.

Alrededor notaba contacto con toda su esencia, sin dejar rincón alguno al azar del espacio.

Si hubiera sido una molécula de polvo, o un rayo de luz, o un vegetal o un hongo no se sentiría así, pero era una gota de agua.

El agua siempre ha tenido la constancia, la perplejidad de lo absurdo, el silencio de lo reflejado.

El agua siempre sintió, o nunca lo hizo, a quien le importa.

Esta concreta gota de agua había recorrido ya miles de kilómetros sin ser evaporada, desde que cayó de tan alto, tanto que estuvo notando el aire durante horas antes de tocar el suelo.

Recorrió, durante décadas la superficie árida de la tierra, notando siempre su intención de absorberla. Siempre en contacto con sus semejantes, no supo nunca cuanto tiempo anduvo, porque no tenía constancia del tiempo, ni del espacio. Carecía de sentidos, únicamente notaba, sentía, pero sin certeza.

Cada vez que se preguntaba si había en el mundo algo más se sentía decaer, le hubiera gustado poder llorarse, pero no tenía lacrimales, ni ojos, ni cara, ni cuerpo.

La triste existencia que le atormentaba era la misma a la que se intentaba aferrar con todas sus fuerzas. No, en el fondo no quería llorarse, se agarraba a la vida con todas sus ganas.