Y parió la burra

Sin alarmas ni sonrojos, sin presiones ni ojalas.


Lentejas de menú, chorizo casero y pan de leña. Una de cal, una de tierra que nos echan encima.

Exhaustas formas de vida que vagan por la planicie de la ignorancia. Nadamos en la miseria inerte que cagan nuestros amos. Respiramos flatulencias de la podredumbre que nos rodea.

Planetas de diamante y razones sobradas para descartar la esperanza.

Huyamos de nosotros mientras podamos, el cartel de última salida se acerca más rápido de lo que la mayoría podremos apreciar.

¿Somos menos de lo que aparentamos? Somos apariencias menores en cuerpos estrellados.

Un globo, dos globos...

Oscura, con un par de puntos de luz dispersa que retorcían las sombras de las paredes haciendo aún más grotesca la escena del crimen.


La sangre había salpicado prácticamente todas las paredes, hasta sorprendentemente altas cotas, rozando el techo en más de una esquina.
Una uña se había clavado en la moqueta a la altura de la cama, como si la víctima se hubiera intentado ocultar debajo y, en su último intento, se hubiera aferrado a lo primero que pudo. Pero no le sirvió.

No le gustaba trabajar de noche, odiaba ese turno. Siempre sentía como la luz del día le ayudaba a aclarar las ideas, a establecer patrones y solucionar mejor y más rápido los casos.
Aunque no era cierto. Lo que si era cierto era que la noche le agudizaba los sentidos.

Algo empezó a inquietarla. En el centro de la frente, notaba como le miraban desde algún punto de la habitación.
Se giró bruscamente en varias ocasiones, pero no alcanzó a ver ni una leve sombra.
En las paredes, entre las juntas de las ventanas, en los junquillos de la puerta...notaba algo, pero no sabía que.

De repente la luz se apagó, se escuchó un ruido sordo y escalofriante, como si un cuchillo afilado hubiera sido deslizado por la pared, rápidamente y directo a su destino.
Un grito, un golpe seco y alguien encendió una linterna.

A la luz, la escena se volvió irreal.
La detective había clavado sus afiladas garras en el pecho del monstruo. Y con las garras, había salido de su escondite el resto de su apariencia real.
Aquella bestia, de aspecto feroz pero con rasgos indescriptibles, yacía en sus brazos.
Nada pudo hacer entonces por esconder su verdadera identidad. Sus compañeros miraban atónitos y ella no pudo hacer nada más que escapar.

Nadie ya la tomaría por humana. Nunca más.

Flor de un día

La tarde se despedía fría, distante. Pero el sol aun brillaba y sus últimos rayos le iluminaban la cara.

Miró a sus ojos una vez mas antes de coger aire, sentía que le iba a faltar.

Desde que se fijó por primera vez en ellos su dulzura le cautivó. Con el mismo color, sabor y olor que la miel mas pura con la que pudiera deleitar su boca ella le devolvió la mirada sonriendo.
Una mirada casi tan dulce como su voz, su aliento, su cuerpo.
Durante largo tiempo solo pudo respirar el aire que ella exhalaba. Su obsesión se tornó cautiverio de emociones, cárcel del corazón.
Sus sentimientos, otrora divagantes e impredecibles, ahora solo apuntaban en una dirección.

Y le empezó a asustar la claridad con la que veía el asunto, lo mundano que parecía todo si se miraba con perspectiva.
Así que decidió correr, y su excusa fue la pelea.

Los papeles que perdió aquella tarde, a ella le sirvieron para hacer aviones.

Mundos soñados en sueños mundanos

Anoche soñé con una sociedad en la que no se especulaba con el miedo. No se necesitaban amenazas de atentado contra la integridad del individuo ni del pueblo para que se respondiera de forma unánime e inteligente a los quehaceres del día a día.

Anoche soñé con un mundo en el que se premiaba la bondad y no la despreciable habilidad de pisoteo al prójimo en pro del propio beneficio.

Anoche soñé con un pueblo que no necesitaba fronteras para sentirse único, y sin ellas gozaba de total libertad de movimiento e interacción con el resto. Sin barreras culturales, ni ideológicas. Sin impedimentos en la comunicación y sin miedo a perder la propia identidad.

Anoche soñé con un pueblo libre, que no necesitaba armas para defenderse de sí mismo, porque no se atacaba.

Anoche soñé que dormía, sin dolores de cabeza ni de corazón. Sin cargos de conciencia por vivir, por pensar, por soñar.

Anoche soñé con el planeta en el que me gusta pensar que muchos merecemos vivir, con el planeta que deberíamos construir, con el planeta en el que quisiera que viviéramos.

Por suerte soñar es gratis, nadie podría pagar el precio de un sueño así.

Anoche soñé, pero esta mañana he despertado.

Cayendo

Y planeando sobre el valle descendí, hasta el linde del río, esquivando los meandros como bailando en un salón con un pulido suelo de trazas de trigo.

Era un atardecer especial. El sol surcaba el viento con sus largos dedos rosas, acariciando mi nuca y haciéndome sentir especial, justo como necesitaba sentirme.

Una golondrina, lejos del grupo del que no debería haberse separado, me acompañaba colina abajo. Quizá sintió que me vendría bien un abrazo o quizá era él ella la que lo necesitaba.

La suave brisa me peinaba mientras recordaba los devenires del tiempo, los innumerables inviernos, las infinitas primaveras, los mágicos veranos y las alargadas tardes de otoño.
Sin tristeza, con nostalgia pero sin amargura fui rememorando todos y cada uno de mis días. No como una película, no como una sucesión. Fue más bien una fusión de momentos, un batido de sensaciones, una ristra de sentimientos.

Y poco a poco fui rompiendo la distancia que me separaba del vacío. Llegué al precipicio sin miedo y me dejé llevar por la oscuridad.

El mundo es magia, la vida un sueño. Si nos dejamos guiar por el corazón, se trata de un apacible y difuminado camino que nos lleva al sueño eterno.

De entre las raices

Llovía y no veía con claridad, pero se me antojó una insondable fortaleza. Un profundo océano envolvía sus fronteras y la hacía parecer impenetrable.

No necesitaba velero para surcar el agua al compás del viento. Allanando el terreno, podía navegar por encima de la arena, entre campos de trigo o esquivando pinos en medio del bosque.

Sin más dificultad que recorrer el camino, me adentré entre sus muros y me dirigí a ella.

-Antes de que salga el sol de nuevo quisiera demostrarte que ya nada me puede parar. Soy el antihéroe convertido en Dios, soy el suspiro que emerge de la tierra, el humo que asciende desde la punta de la última lengua de fuego de una hoguera en la noche de San Juan.

-Guíame, deja que te siga mientras inventas el sendero. Quiero que mi único tempo me lo marque el barítono de tus piernas.

Frío en la punta de los dedos, sudor de placer por todo el cuerpo y sensación de falta de oxígeno. Pero con frío en la punta de los dedos. La sangre tenía entonces mucho mejor destino que los pies.

-Me encandilaste a la luz de la luna, y desde entonces solo puedo recordar tu piel reluciendo plata blanca. Dibujo tu cuerpo con la imaginación y recuerdo cada uno de los rincones de tu perfil.

Pero todo acaba, y parece que haga eones de aquellos momentos. Ahora, de nuevo, la oscuridad me envuelve, continentes de pesadillas que me atormentan.
Huesos rotos, resacas y madrugones.

Un día de primavera, no muy lejano, recordaremos con nostalgia aquellos momentos. Pero ahora son duros, amargos e inacabables como huesos de oliva rancia. No soporto tu ausencia.
Un día de primavera, no muy lejano, sonreiremos juntos de nuevo, nos mojaremos los pies a la orilla del Marenostrum y observaremos el horizonte con una nueva esperanza, con un nuevo deseo, con la fe en que el mañana no siempre albergue tristeza y dolor.

Quememos las naves, miremos adelante y, pensando en esa futura primavera, descartemos volver atrás. La niebla amenaza con cubrir todo lo que dejes atrás, pero esto no tiene que ser tomado como malo forzosamente.

Sobresaltos que todos han de rebasar, aunque nunca se nos hicieran tan altos.

Caminemos, adelante, de nuevo. Con risas de fondo y recuerdos dulces que nos traigan de nuevo al mundo. Renazcamos.

Despertar

La luz entraba por las rendijas de la persiana y le hizo darse cuenta de que se había hecho de día.
Se había acostado tarde, y cada vez le costaba más levantarse cuando lo hacía.
Su cuarto, su hogar, se le antojaba extraño y distante en ese breve lapso en el que abandonamos el sueño y nos adentramos en la realidad. La oscura, triste y despiadada realidad que nos abraza con avaricia en cuanto nos puede dar alcance.


Su cuarto se le antojaba extraño, y todavía más en esos días en los que se despertaba cansado. Era como si despertase en casa de otra persona, o más bien como si su casa fuera su casa, pero él mismo fuera otro.

Una pieza de fruta, un café y una ducha y solía sentirse mucho mejor.

Pero esa mañana iba a ser diferente, esa mañana no se iba a serenar por más cafés que se tomara.

La noche anterior habría pasado desapercibida, una noche de amigos más. Pero no fue así.

Ya no recuerda cuantas veces se despertó siendo otro. Quizá es la primera vez que despertaba aquí, quizá ya había sido esa persona antes, quizá más de una vez.

Ya no recuerda si alguna vez despertó siendo otro. Quizá siempre ha sido el mismo, quizá no fue nadie hasta que despertó esa mañana, quizá su existencia era anterior al despertar, siendo el sueño el señuelo de realidad que le llevaba a donde pertenecía.

Ya no recuerda la noche anterior. La noche anterior empezó como todas, pero acabó como ninguna.