Recibos de gloria

Recibos de gloria, pertenecen al olvido.

Se agregan seres irracionales al conjunto de materias insensibles que encorazan nuestras almas. El alba nos aguarda, la soledad nos invade, lo tanteable sugiere inestabilidad del espíritu.

Ahora que nos sentimos en guardia, es cuando más vulnerables somos, porque dejamos al aire nuestro más preciado símbolo, al alcance de toda forma viviente.

Nos invade la ira, nos corroe el odio, nos pierde la insensibilidad. Acabamos siendo lo que más odiamos, y no cabe la huida de esta situación, puesto que no podemos correr y escapar de nuestro pensamiento, de nuestro carácter, de nuestra personalidad.

Las máquinas nos conquistan, tenemos suficiente coraje para enfrentarlas, pero eso no significa que podamos mostrarles batalla aceptable.

Nos invadirán, acabarán con todo lo vivo, limpiarán la faz de la tierra y extinguirán toda la humanidad.

No se si lo lamento. No se si no lo deseo.

Ahora ya se que me faltaba, ahora, aunque aún no lo he encontrado ni se si lo conseguiré, ahora se lo que me faltaba.

Giros inesperados de plano y dimensión desconocidos. Arañazos del alma producidos por insondables e invisibles uñas que rozan nuestra piel dañando su superficie, rasgándola hasta que emana sangre de ella.

Trozos de hielo se desprenden de la pared cuando la tocamos, trozos de cielo que se congeló y cayó desde arriba, amontonándose en el suelo y formando lo que apreciamos cual paredes, que nos envuelven y aprisionan en su interior.

Se desvanece lo que nos atrapaba, dejando libre salida a los que aquí nos encontramos.

El horizonte nunca está donde creíamos que estaba, pero al observarlo por primera vez se me antojó inalcanzable.

Caminé descalzo por el desierto de hielo, sufriendo cada pisada hasta que no pudiendo resistir el frío mis piernas desvanecieron y me hicieron caer.

Soñé con un oscuro despertar, gemidos de animal me inquietaban y eché a correr, pero por más que corría más lejanos parecían los sollozos. Corrí en todas direcciones, hasta que comprendí que los gemidos los estaba generando yo, mientras, encerrado me consumía.

Alejándome de lo que me asustaba más que nada, corrí en dirección opuesta, pero por más que corría nunca llegaba a estar suficientemente lejos como para no escucharlos, ni lo suficiente cerca como para poder ayudarme.

Desperté entre sudores, pese al frío, y me lancé a caminar.