Crecepelo del subconsciente

Tengo miedo a salir, a sacar la cabeza, a asomar las partes sensibles que aún me quedan.
Sueño con morir entre vitores, con volver airoso de una batalla campal, de caer con gloria de batalla en el suelo fangoso, mientras mi cara se hunde en el barro.
Duermo de noche, pero vivo al dormir. Duermo de día, temiendo despertar.
El reino de Morfeo me atrapa, pero no recuerdo lo vivido al despertar. Cada vez olvido más, cada vez recuerdo menos. Temo que llegue el día en el que no recuerde haber vivido, cada paso dado, cada experiencia, cada ser amado, cada ser odiado, cada sensación, cada tentación, cada pensamiento.
Las lagrimas me resbalan por las mejillas al no recordar, al pensar en lo que puedo olvidar y en lo que ya he olvidado. La nada me atormenta, es como el fantasma que me acecha en cada recodo del camino que estoy obligado a recorrer, como el asaltante en un oscuro túnel. Las lagrimas me resbalan, pero son invisibles.
Lloro sin llorar, doliendome cada respiración como cristales que aspiro. Me intento querer, y solo consigo verme como una absurda burla de lo que podría ser, de lo que pude haber sido, de lo que nunca seré. De lo que no recuerdo ser.
Me tengo casi tanto miedo como asco, casi tanto desprecio como afecto, tanto amor como grima. Me quiero, me odio.

Vistos los horizontes, el mundo se allana. Pero no es más fácil recorrerlo. La felicidad es tan efímera que a veces no podemos apreciar haberla tenido.
Yo he sido feliz. Dicen que es mejor haber amado y haber perdido que nunca haber amado. Sin duda es cierto.

Un fuego me quema. Ojalá pudiera expresarme, ojalá pudiera hacer que sintierais.
Siento tanto amor, tanto que no puedo evitar emocionarme al intentar escribirlo.

Atrapa moscas, pero no las mates, sueltalas donde no molesten.