El pueblo de las casas sin suelo

Nadie allí lo entendía, por lo que no podían explicarlo.
De repente, una mañana de domingo, Victor se levantó y descubrió asombrado que el suelo de su casa ¡no existía!
Sorprendentemente su cama, las paredes, la casa entera, se sostenían en el aire.
Aquella mañana Victor creyó que, probablemente, la mejor idea era volver a dormirse ya que aún no había despertado.
Y se metió de nuevo entre las mantas, tapandose el rostro con ellas para no ver, por ejemplo, como el techo también desaparecía.
Las horas transcurrieron, conquistando el punto más alto del sol aquella mañana. Y Victor abrió de nuevo los ojos.
Se desperezó, se estiró tumbado aún, se frotó los ojos y se dispuso a levantarse.
Pero el suelo no había vuelto. El suelo, según parecía, se había ido para no volver.
Intentó caminar por el aire, pero la aparente magia que sostenía a los edificios, no parecía sostener a las personas.
Asustado por la increíble situación, levantó su persiana y se asomó a la ventana. Pero para su desgracia, el suelo de la calle también había desaparecido.
Intentó gritar, pero los sonidos no salían.
Tras unos primeros instantes de sopor, decidió tranquilizarse e intentar buscar alguna solución al sorprendente problema.
No podía caminar, por lo que no podía salir de la cama. Pero desconocía el "funcionamiento" de esta nueva situación.
No sabía, por lo pronto, si su cama seguiría aguantándose en el aire al moverla.
Después de pensarlo largo rato, decidió abrir la ventana, y bajando por la farola, se agarró a la pared de su casa, desplazandose por ella hasta la esquina, desde la que se veía la carretera que llegaba al pueblo.
La carretera seguía allí, para profunda gratitud de Victor, así que solo tenía que buscar un medio de llegar a ella para poder escapar de esa locura.