Agua fría

Agua fría, en la cara, en el cuerpo. Se me erizan los pezones mientras por la espalda me resbalan gotas de alba fresca. Camino entre hojas verdes, que acumulan el rocío a modo de tesoro en sus puntas, y lo dejan escapar mientras se despiden con un ligero balanceo de su contorno.

Agua fría, en mis tobillos. Resbala por mis piernas y se acumula en el saliente de hueso, gotean tobillo abajo y me sobrecogen al rozar la planta de mis pies. Su perfección es tal que se me excitan los lacrimales, produciendo gotas de líquido salado, que se mezcla con el rocío que mi pelo ha recogido.

Agua fría, en las manos. Las sumergo una y otra vez, maravillado de que su frescor acaricie las yemas de mis dedos, los pliegues de mis nudillos. Las deslizo por su cuerpo, gozo con el contacto frío y a la vez cálido del líquido elemento.

Agua fría, en la calle. Cae en las superficies planas, se desliza por ellas y limpia lo que encuentra a su paso. Despeja el ambiente, se lleva las dudas.

Agua fría, en el mundo. Cuanta falta haces, llevate lo que nos sobra, arrástralo hasta los confines de nuestra existencia. Recoge lo malvado, lo inerte, lo dubitativo, lo sobrante. LLevatelo y no nos lo devuelvas.