Contando

Pagué sólo la mitad y una cuarta parte era el valor real, pero mi mitad era la buena.

En la peluquería, entre el desordenado ruido del marujeo y el ensordecedor sonido de los secadores, escuché su tierna voz preguntando si podía colgar un cartel.
Su gata se había perdido, por el barrio, hacía unas cinco horas.
Nunca una gata se perdió, pensaba yo. Están siempre donde quieren estar, a no ser que la encierres contra su voluntad.
Y cruzó la puerta envuelta en sombras, entre paraguas que se abrían al salir del local.

Soñé tres noches seguidas con su olor, con su presencia, con su apariencia. Y resultó ser exactamente como la soñaba, o eso me gusta pensar

Dos años mas tarde, me crucé con un ángel e imaginé que era ella. Conseguí acercarme, la invité a un café y las cosas fluyeron.
Llevamos cuatro años juntos, viviendo nuestras vidas conjuntamente.

Jamás me he atrevido a preguntarle si alguna vez tuvo una gata.