Cayendo

Y planeando sobre el valle descendí, hasta el linde del río, esquivando los meandros como bailando en un salón con un pulido suelo de trazas de trigo.

Era un atardecer especial. El sol surcaba el viento con sus largos dedos rosas, acariciando mi nuca y haciéndome sentir especial, justo como necesitaba sentirme.

Una golondrina, lejos del grupo del que no debería haberse separado, me acompañaba colina abajo. Quizá sintió que me vendría bien un abrazo o quizá era él ella la que lo necesitaba.

La suave brisa me peinaba mientras recordaba los devenires del tiempo, los innumerables inviernos, las infinitas primaveras, los mágicos veranos y las alargadas tardes de otoño.
Sin tristeza, con nostalgia pero sin amargura fui rememorando todos y cada uno de mis días. No como una película, no como una sucesión. Fue más bien una fusión de momentos, un batido de sensaciones, una ristra de sentimientos.

Y poco a poco fui rompiendo la distancia que me separaba del vacío. Llegué al precipicio sin miedo y me dejé llevar por la oscuridad.

El mundo es magia, la vida un sueño. Si nos dejamos guiar por el corazón, se trata de un apacible y difuminado camino que nos lleva al sueño eterno.