Un globo, dos globos...

Oscura, con un par de puntos de luz dispersa que retorcían las sombras de las paredes haciendo aún más grotesca la escena del crimen.


La sangre había salpicado prácticamente todas las paredes, hasta sorprendentemente altas cotas, rozando el techo en más de una esquina.
Una uña se había clavado en la moqueta a la altura de la cama, como si la víctima se hubiera intentado ocultar debajo y, en su último intento, se hubiera aferrado a lo primero que pudo. Pero no le sirvió.

No le gustaba trabajar de noche, odiaba ese turno. Siempre sentía como la luz del día le ayudaba a aclarar las ideas, a establecer patrones y solucionar mejor y más rápido los casos.
Aunque no era cierto. Lo que si era cierto era que la noche le agudizaba los sentidos.

Algo empezó a inquietarla. En el centro de la frente, notaba como le miraban desde algún punto de la habitación.
Se giró bruscamente en varias ocasiones, pero no alcanzó a ver ni una leve sombra.
En las paredes, entre las juntas de las ventanas, en los junquillos de la puerta...notaba algo, pero no sabía que.

De repente la luz se apagó, se escuchó un ruido sordo y escalofriante, como si un cuchillo afilado hubiera sido deslizado por la pared, rápidamente y directo a su destino.
Un grito, un golpe seco y alguien encendió una linterna.

A la luz, la escena se volvió irreal.
La detective había clavado sus afiladas garras en el pecho del monstruo. Y con las garras, había salido de su escondite el resto de su apariencia real.
Aquella bestia, de aspecto feroz pero con rasgos indescriptibles, yacía en sus brazos.
Nada pudo hacer entonces por esconder su verdadera identidad. Sus compañeros miraban atónitos y ella no pudo hacer nada más que escapar.

Nadie ya la tomaría por humana. Nunca más.